Cuando la madre reconoce los estados fisiológicos y afectivos del niño y le ayuda a abordarlos eficazmente, está conteniendo al niño y brindando un entorno sostenedor, y facilitando que el niño aprenda a hacerlo por sí solo. Cuando la madre enseña al niño que estar ansioso, triste o airado no es algo rechazable sino que es natural y hay que ser capaz de soportarlo, el niño aprende que a veces uno se siente mal y no es algo malo; de lo contrario, aprenderá a inhibir de cualquier forma esos estados emocionales buscando escapes, generando fobias, ocultándose a sí mismo sus emociones. Este aprendizaje puede realizarse en terapia pues el terapeuta contiene la ansiedad del paciente haciéndole ver que no es tan temible su activación fisiológica, la ansiedad, el miedo...el paciente puede mostrarse tal cual es ante el terapeuta y aprender a atravesar el miedo y la angustia y salir fortalecido de esa experiencia.
Dentro de una relación de apego seguro el niño aprende a equilibrar las estrategias autorreguladoras a través del desarrollo de las áreas reguladoras del córtex prefrontal orbital. Sin cortar el contacto con sus emociones, el niño desarrolla así una capacidad óptima de valorar la seguridad, el peligro y las situaciones que pueden suponer una amenaza para la vida.
Cada uno de los estilos de apego ( inseguro-evitativo, inseguro-ambivalente, desorganizado-desorientado) plantea unas dificultades específicas tanto para el paciente como para el terapeuta. Cuando no se ha podido desarrollar un apego seguro y el paciente acude a terapia, es el apego al terapeuta el que sirve de base desde la que poder explorar tanto el mundo interno como el entorno externo, ofreciendo un puerto donde refugiarse en momentos de temor y angustia, y una fuente de información para comprender el sentido subyacente de los síntomas perturbadores.
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